sábado, 23 de noviembre de 2013

Izquierda y democracia.

Por: Jaime García Chávez.

Es una verdad archisabida que de origen una buena parte de la izquierda en el mundo y en México ha tenido gran dificultad para entenderse con el pensamiento liberal y no se diga con la propuesta democrática. En el caso de los partidos comunistas, muchos de ellos ya desaparecidos, la dificultad fue superlativa y resultaba verdaderamente escalofriante convencer a los ciudadanos de una futura dictadura del proletariado, que en realidad era de un partido y dentro de éste de una costra petrificada y burocrática. Tema añejo que hay que tener siempre presente. La razón es sencilla y la voy a concretar en un segmento de la izquierda mexicana, demócrata de los dientes para afuera pero incongruente en realidad o esquizoide, que es más grave. El PT, para iniciar con los adefesios, son una mezcla de maoísmo, pero sobre todo de culto a la dictadura de Norcorea y sus dictadores. 

Recuerden aquella condolencia que la dirección de este partido hizo pública cuando murió Kim Jong-il, descendiente del autor de la dinastía totalitaria Kim il-sung y que el escritor Guillermo Sheridan se encargó de desmenuzar con todo el poder de su crítica.

Por su parte en el PRD hay los devotos de Fidel Castro y su hermano Raúl. Cada vez que pueden les queman incienso y les rinden lealtad absoluta; recuerden aquella ocasión en que un grupo de diputados se trasladó a la isla en calidad de emergencia para brindar apoyo en alguna de las crisis escenográficas que se montan por allá en el Caribe. A la hora de la hora se les olvida que pertenecen a un partido que en su nombre lleva la tesis de la “revolución democrática”, la propuesta de celebración de elecciones libres y competitivas, aparte de periódicas. Fingen amnesia cuando se les recuerda que están en peor circunstancia que Porfirio Díaz en 1910 porque ese dueto ya lleva más de 50 años en el poder y no lo abandonarán sino tiempo después de muertos. Que Fidel Castro vino a sahumar en nombre de Babalú a Salinas de Gortari, también se les olvida. Para ellos, el internacionalismo proletario está en primer lugar y que de la democracia se apiade Dios cuando el IFE no alcance.

Pero también –y aquí me aproximo directamente al tema– está la izquierda “chavista”, que lo mismo tiene acólitos en el PT que en MORENA, que en el PRD y movimientos sociales que toman el ejemplo de Venezuela, Hugo Chávez y su místico pajarero Nicolás Maduro. Están embelesados con la revolución bolivariana, con la vía chavista al socialismo, dando muestras de lo mismo, imitaciones fuera de toda lógica, tutelaje voluntario, abandono de la propuesta democrática y solidaridad acrítica. Parecida, en algunos casos, a la disciplina que se imponía en los partidos comunistas de los años treinta, con todos sus bandazos, desatinos y traiciones. En pleno siglo XXI he llegado a ver en cafés, plazas y en la vía pública a este tipo de personajes con su librito rojo debajo de la axila o empuñado al igual que un testigo de Jehová lo hace con una biblia. Si el presidente Mao Tse Dong (a estas alturas ya no sabemos cómo se escribe) tuvo el suyo, por qué Hugo Chávez no lo habría de tener. Es una historia que arroja como saldo hombres y mujeres con fe de carbonero y con mucho apego al catecismo del padre Ripalda, quiero decir, los mismos métodos.

Pienso que no se pueden tener dos caras. Asumir el pensamiento democrático tiene consecuencias para la propia realidad donde se desempeña el trabajo político y para cualquier otra latitud del mundo. Así de filoso es este partidarismo y exhibe como inconsecuentes e incongruentes a todos aquellos que se la pasan justificando de oficio satrapías, dictaduras, tiranías que jamás leyendo sus discursos o sus textos aceptarían para el propio país, México. Qué sucedería, me pregunto, si mañana Enrique Peña Nieto pidiera, como lo hicieran varios presidentes mexicanos en el pasado, facultades extraordinarias para legislar en materia energética, por ejemplo. Obviamente que la reacción no se haría esperar, pero cuando Nicolás Maduro pide facultades de ese corte, que prácticamente desaparecen al poder legislativo de su país, el silencio sepulcral caracteriza el quehacer de esta izquierda mexicana abyecta y esquizoide.

Actualmente Nicolás Maduro ha sido investido de tal poder que él solo, aparte de jefe de estado, de gobierno, tiene en sus manos la función legislativa, lanzando al suelo como añicos la división de poderes, por más simuladora que sea. Es un camino que ya en su tiempo Adolfo Hitler emprendió, paradójicamente apoyándose en una constitución democrática como la de Weimar, para construir su criminal régimen totalitario. Como me lo comentó un amigo avezado en estos temas: el poder legislativo venezolano le acaba de aprobar a Maduro, el pasado 19 de noviembre, una “ley habilitante de plenos poderes” para que el heredero de Chávez gobierne a su antojo, de modo que Maduro tendrá capacidad de legislar, mediante decreto y sin supervisión parlamentaria durante un año.

Me comenta además un antecedente histórico: la Constitución de Weimar, en su artículo 48, y en situaciones especiales, permitía usar decretos concentrados en el tema específico que motivaba la decisión. Dos o tres años de la llegada de Hitler a la Cancillería, en enero de 1933, y los varios cancilleres que hubo, usaron con frecuencia tal metodología decretiana. Sin embargo, Hitler fue un poco más lejos: se las arregló para que los diputados del Reichstag le otorgaran, el 23 de marzo de 1933, una “ley habilitante de plenos poderes” cediéndole al canciller la potestad legislativa ordinaria y constitucional y año con año se le prorrogó hasta hacerla indefinida.

Ya tenemos ahora en Venezuela una curiosa coincidencia que huele a simple y sencilla faceta de dictadura personal. Maduro no es nazi, pero acude a mecanismos fascistoides que seguramente cierta izquierda mexicana aplaudirá  porque la logorrea del hombre insinúa que tal facultad la necesita para combatir a los burgueses y aplacar al imperialismo. Es una historia que se repite casi de manera circular y para la cual parte de la izquierda mexicana ni tiene críticas ni pone advertencias. Debiera hacerlo sobre todo ahora que el Congreso perredista está reunido, aunque esto parece mucho pedir.

El epígrafe de este texto tiene una intención, fue extraída la frase de un libro precisamente publicado ya hace muchos años en Venezuela. Trata de la razón de Estado, tan del gusto de los autoritarios, y aunque es una ingenuidad pensar que un hombre acostumbrado a oír trinos para orientar sus pasos la haya leído, eso no significa que la advertencia no sea conocida allá, aunque sea por muy pocos.

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