Por Víctor M. Quintana S.
Pánico en las buenas conciencias. Ante los múltiples indicadores de desintegración social, de conductas violentas, de desafíos a la moral tradicional han detectado una campaña orquestada, un complot contra la familia. Atribuyen esta ofensiva a las personas con orientaciones no heterosexuales, a quienes defienden el matrimonio de parejas del mismo sexo, a quienes acusan hasta de “haberse apoderado de los colores del arco iris”.
Esta preocupación que huele a moralina echa una cortina de humo sobre la verdadera ofensiva contra las familias. Tal vez no está orquestada pero es algo peor: obedece al automatismo de las estructuras de nuestra sociedad, orientada al lucro y a la exclusión. Aquí están algunos de los procesos y hechos en curso que día a día constituyen un verdadero trabajo de zapa y de implosión de las familias:
Los míseros salarios que perciben los y sobre todo las jefas de familia: el salario promedio, ya integrado, en las maquiladoras de nuestro estado anda en los 700 pesos por semana. Incluso si lo perciben dos miembros de una familia, ¿es posible con mil cuatrocientos pesos, alimentar, vestir, proteger, transportar, curar, educar y divertir una familia? Por esto la madre o el padre o ambos buscan empleos adicionales. En una ciudad como Juárez donde uno de cada cuatro hogares es de jefatura femenina, hay un gran número de madres que al ver que su salario en la maquiladora no les alcanza tienen que trabajar doble turno o emplearse como meseras en bares para completar sus ingresos. No es que les guste, no hay de otra.
Las pésimas condiciones y ubicación de las viviendas y el mal servicio de transporte: las nuevas unidades habitacionales están diseñada para el lucro de los constructores y promotores y el lucimiento fugaz de los gobernantes, pero se ubican muy lejos de los centros de trabajo y de los hogares de los abuelos y la familia amplia que pudieran apoyar a las madres y los padres trabajadores en el cuidado de los hijos. Debido a las largas jornadas y vastos tiempos de desplazamiento, propiciados por un transporte colectivo deficiente, las madres y los padres cuentan con muy pocos ratos para convivir sin tensiones con los hijos.
La falta de guarderías, escuelas de tiempo completo, centros de desarrollo infantil. La mayoría de madres y padres que tienen que trabajar, no cuentan con los servicios de guarderías o escuelas de tiempo completo donde dejar a sus hijos. Y si llega a haberlos, generalmente se encuentran muy lejos de sus centros de trabajo. Aquí no hay opción: si se quiere pasar más tiempo atendiendo a los hijos, no alcanzará para darles de comer, entonces, tienen que dejarlos solos, o encargados a los vecinos, con los riesgos que esto implica: hay que considerar todas las violaciones y abusos que se dan cuando las niñas y los niños quedan a merced de extraños.
La impunidad e incluso protección a los autores de la violencia familiar y de género: aunque las organizaciones de mujeres de nuestro estado han arrancado al gobierno significativos avances, en la atención a la violencia familiar, Chihuahua sigue siendo uno de los estados donde más incidencia tiene. Aun hay muchas autoridades desde la barandilla hasta la dirección general, que mantienen visiones sexistas y culpan a las propias víctimas de la violencia que han padecido. Aun seguimos siendo uno de los primeros estados en feminicidios, -tan sólo dos adolescentes asesinadas en la capital en el lapso de una semana- y la impunidad de los autores es directamente proporcional a la ineficacia de las autoridades.
La pobreza de contenido de los medios electrónicos: con sus raras y muy honrosas excepciones, el tipo de contenidos que la mayoría de medios televisivos, radiofónicos e impresos difunden, brilla por su baja calidad cultural, por su pobreza estética y por reproducir los “valores” que precisamente están destruyendo las familias: el individualismo, el consumismo, el hedonismo sin más, la intolerancia a la diferencia, etc. A la influencia de estos medios y de estos mensajes es a lo que los hijos de las familias están expuestos mucho más tiempo que a la escuela o a la convivencia con la madre o el padre.
El considerar que sólo hay un tipo de familia: si se piensa y se predica que sólo son familias las constituidas por mamá, papá, hijas e hijos, se invisibiliza, se excluye y se estigmatiza a todos los tipos de familias realmente existentes: las monoparentales, las encabezadas por madres solteras-muy numerosas- o padres solteros –no tan numerosos. Aquellas formadas por uno o dos de los abuelos, la madre y los hijos También son familias las de parejas del mismo sexo, así sea reconocida legalmente su unión. O las de personas que, sin ser pareja, deciden vivir bajo un mismo techo para apoyarse y protegerse. La familia nuclear tradicional es cada vez menos predominante estadísticamente y considerar que sólo ella es familia, es desconocer la dinámica social.
Todo lo anterior ha afectado a una función esencial de las familias: la llamada “economía del cuidado”. Es ese espacio y ese tiempo que se dedica en una familia de cualquier tipo a la convivencia, a la plática, a la transmisión de visiones de la vida, de valores, de conocimientos informales. Dedicado a la expresión del cariño, a la risa conjunta, a la dispensa de caricias. La destrucción de esta “economía del cuidado” repercute directamente en la generación de varias formas de violencia y de desintegración social.
Entonces no son las personas que piensan diferente y tienen relaciones de manera diferente lo que está destruyendo a las familias en Chihuahua. No lo es tampoco predicar la libertad y la tolerancia para la forma como cada quien elige vivir su vida. Lo que destruye no sólo nuestras familias sino también nuestra sociedad es el afán desmedido de lucro, el salario injusto, la ineficacia y la irresponsabilidad de las autoridades, el tratar a las y los trabajadores peor que a las máquinas, a los ciudadanos como acarreados. No son los grupos o sectores que reclaman un derecho, sino los poderes políticos y económicos que niegan el acceso a los derechos básicos y los poderes simbólicos que predican una moral que se desentiende de las condiciones materiales en las que bregan por su vida los seres humanos. Esos sí, son los enemigos de las familias.
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