No nos perturban las cosas sino las opiniones que de ellas tenemos.
Epicteto
Finalmente, en audiencia pública este martes se escuchó de
manera contundente el presunto motivo para que el maestro Alonso González Núñez, muriera de manera trágica. Y el presunto es no porque aún no se haya
dictado sentencia, sino porque eso dice el, ahora sí, presunto homicida, y
porque jamás podrá saberse a ciencia cierta si es verdad.
Lo que sorprende no es que posiblemente el motivo haya sido
inventado, a decir claro de gran parte de la comunidad cultural, sino la
intolerancia que ha mostrado ésta precisamente. A través de escritos, de
estados de Facebook, de entrevistas, unos y otros han defendido al fallecido
maestro, lo que obviamente se entiende y se respeta, y se han ido directamente
contra los medios de comunicación, especialmente los digitales, que lo único
que hicieron es lo que siempre hacen, subir tal cual y sin leer, los boletines
que se envían desde las dependencias de gobierno y otras instancias.
Si no se justifica que haya sido un boletín, quizá sí puedan
hacerlo las condiciones labores en que trabaja la mayoría de los reporteros,
siempre con alguien detrás para cumplir con la condicionante que tiene hoy día
la noticia, la inmediatez. Sólo quien tuvo más tiempo, interés o compromiso,
quizá pudo reparar en el móvil que provenía de la misma Fiscalía y tener la
oportunidad de hacer llamadas para cuestionar, no el mismo motivo, sino por qué
tan a la ligera y sin audiencia de por medio, se dio a conocer.
Lo curioso es que en esa serie de posicionamientos de rechazo que se dieron desde todos los ámbitos, ya no sólo cultural, sino académico, se cayó precisamente en lo que se criticaba, en señalar sin saber a ciencia cierta, tachando a medios y a directores en especial, de hacer un mal periodismo, sin darse cuenta que, al menos esa noche, en todos los medios aparecían exactamente las mismas palabras.
Lo curioso es que en esa serie de posicionamientos de rechazo que se dieron desde todos los ámbitos, ya no sólo cultural, sino académico, se cayó precisamente en lo que se criticaba, en señalar sin saber a ciencia cierta, tachando a medios y a directores en especial, de hacer un mal periodismo, sin darse cuenta que, al menos esa noche, en todos los medios aparecían exactamente las mismas palabras.
Sin embargo, atendiendo a esa posición de defensa, llama la atención que el maestro, de todos respetado y
reconocido como un gran ser humano, no pudo ni por asomo haber cometido un error,
que en este caso, de ser cierto, pudo haberle costado la vida; que por otro
lado se reconoce que nadie tiene derecho a arrebatarle la vida a nadie más, por
ningún tipo de errores y menos cuando se supone que acusado y víctima eran
amigos.
Pero ¿no se supone que las personas no somos totalmente
negras ni totalmente blancas? ¿No se supone que si se quiere a una persona se
le quiere por sus aciertos y a pesar de sus errores? Seguramente, de no haber
muerto, en esta sociedad de mente abierta y comprensiva, al maestro se le
hubiera perdonado el posible desliz.
Y he ahí, la intolerancia, el juicio. Él tenía que ser como
todos lo conocían, recto, intachable, alegre, amable, pero desde luego no podía tener esa otra parte de la personalidad, la que todos tenemos, pero que o ocultamos, o controlamos o de plano reprimimos, al encerrar precisamente todos nuestros defectos; y si fue verdad lo que se
señaló en la audiencia como el móvil, un supuesto y mal llamado lío pasional,
¿con eso pierde ya todo lo bueno por lo que ahora se le recuerda y se le
extraña? Me parece que no.
Si a las personas no debe juzgársele por lo que hacen, mucho
menos por lo que no sabemos que hacen y menos que menos por lo que otros nos
dicen que hacen; entonces ¿por qué hacer lo contrario? ¿Por qué quitarle a
alguien toda posibilidad de error, cuando el error ha sido siempre la base del
aprendizaje?
Claro, lamentablemente para el catedrático ya no habrá
aprendizaje ni segunda oportunidad, porque en un crimen terrible, su vida
acabó, cuando quizá lo único necesario era una negativa, un alto, un solo
segundo de consciencia, pero nos queda a los demás, el aprender a respetar y
aceptar a las personas, tal como son, con todas sus bondades y errores, que
todo en conjunto hacen una persona única.
Flora Isela Chacón
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