Varias veces he escuchado la frase que dice “No hay dolor
más grande que la muerte de un hijo”, y siempre que la escucho pienso lo mismo:
Sí lo hay, el que desaparezca y nunca más se vuelva a saber nada de él, o de
ella.
Es triste ver cómo los carteles de búsqueda de personas
desaparecidas pegados en los postes de la ciudad se van haciendo viejos, se van
olvidando los nombres y los rostros, se van borrando de la memoria colectiva
para permanecer solo en la de sus seres queridos, principalmente en la de las
madres que sufren buscando desesperadamente una respuesta que tal vez nunca
encontrarán.
En la mirada de todas ellas se distingue algo similar:
una gran impotencia, un dolor indescriptible, la búsqueda sin fin.
Desde el año 2010, la ONU decretó el 30 de agosto como el
Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, y en esta fecha
se recuerda a todas las personas que de alguna manera injusta perdieron su
libertad, y con ello la oportunidad de vivir con sus padres, o de formar una
familia; perdieron sus esperanzas, sus sueños, y en algunos casos, la vida.
Estas víctimas son hombres o mujeres; bebés, niños,
jóvenes, adultos; no se sabe si aun viven o si fueron asesinados, si permanecen
en algún lugar esperando ser rescatados, si se han resignado a vivir como sus
captores se los permiten, o bien, en el mejor de los casos, si no se dan cuenta
de que fueron separados de su entorno cuando eran pequeños, y viven toda su
vida de esa manera.
Esto pasa en todo el mundo, desgraciadamente no hay
excepción, pero en los últimos años, en el estado de Chihuahua este hecho
sucede con una tendencia marcada hacia las mujeres jóvenes, a las adolescentes
que una vez salieron de sus casas y nunca más regresaron. Hasta ahora las
autoridades no han podido establecer una línea clara de investigación que de
solución a este problema.
Es una pena que Chihuahua haya inspirado series de televisión, películas,
documentales, libros y obras de teatro; en donde se evidencia la corrupción de
las autoridades y la falta de habilidad para resolver estos casos.
Han transcurrido ya varios años desde que empezamos a
escuchar la dolorosa frase: “las muertas de Juárez”, y hay quienes incluso se
han acostumbrado a ella.
Ante esto ha habido varias teorías, varios inculpados,
algunos casos supuestamente resueltos; pero irremediablemente estas historias
se repiten una y otra vez, siguen dándose nuevamente y siguen existiendo esas
madres clamando por algún testimonio o evidencia que las lleve a obtener alguna
pista para encontrar a sus hijas.
En el libro “Santitos”, la escritora María Amparo Escandón
presenta la historia de una madre que de alguna manera pierde la razón y la
lógica al tratar de encontrar a su hija desaparecida; pasa por varios
escenarios, pero nunca obtiene una respuesta clara y termina conformándose con
una solución más bien imaginaria.
¿Es este el destino para todas esas madres? Buscar,
buscar, y jamás encontrar. Quisiera pensar que no, quisiera pensar que al menos
algunas de ellas volverán a abrazar a sus hijas algún día y obtendrán las
respuestas que tanto exigen.
Ese día en Chihuahua las voces se hicieron escuchar,
madres y familiares de personas desparecidas salieron a las calles y narraron
su testimonio clamando justicia. No hubo respuesta. El mandatario estatal
atendía “otros asuntos”, ajeno a todo lo que aquí sucedía, ajeno al dolor, la
frustración y la angustia…
El 30 de agosto es el día de recordar a los
desaparecidos, para la mayoría de las personas. Para sus familiares, ese
recuerdo está presente a diario.
Foto y texto: Cristina Escalera.
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