lunes, 2 de septiembre de 2013

¿A dónde van los desaparecidos?

Varias veces he escuchado la frase que dice “No hay dolor más grande que la muerte de un hijo”, y siempre que la escucho pienso lo mismo: Sí lo hay, el que desaparezca y nunca más se vuelva a saber nada de él, o de ella.


Es triste ver cómo los carteles de búsqueda de personas desaparecidas pegados en los postes de la ciudad se van haciendo viejos, se van olvidando los nombres y los rostros, se van borrando de la memoria colectiva para permanecer solo en la de sus seres queridos, principalmente en la de las madres que sufren buscando desesperadamente una respuesta que tal vez nunca encontrarán.

En la mirada de todas ellas se distingue algo similar: una gran impotencia, un dolor indescriptible, la búsqueda sin fin.

Desde el año 2010, la ONU decretó el 30 de agosto como el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, y en esta fecha se recuerda a todas las personas que de alguna manera injusta perdieron su libertad, y con ello la oportunidad de vivir con sus padres, o de formar una familia; perdieron sus esperanzas, sus sueños, y en algunos casos, la vida.

Estas víctimas son hombres o mujeres; bebés, niños, jóvenes, adultos; no se sabe si aun viven o si fueron asesinados, si permanecen en algún lugar esperando ser rescatados, si se han resignado a vivir como sus captores se los permiten, o bien, en el mejor de los casos, si no se dan cuenta de que fueron separados de su entorno cuando eran pequeños, y viven toda su vida de esa manera.

Esto pasa en todo el mundo, desgraciadamente no hay excepción, pero en los últimos años, en el estado de Chihuahua este hecho sucede con una tendencia marcada hacia las mujeres jóvenes, a las adolescentes que una vez salieron de sus casas y nunca más regresaron. Hasta ahora las autoridades no han podido establecer una línea clara de investigación que de solución a este problema.

Es una pena que Chihuahua haya inspirado  series de televisión, películas, documentales, libros y obras de teatro; en donde se evidencia la corrupción de las autoridades y la falta de habilidad para resolver estos casos.

Han transcurrido ya varios años desde que empezamos a escuchar la dolorosa frase: “las muertas de Juárez”, y hay quienes incluso se han acostumbrado a ella.

Ante esto ha habido varias teorías, varios inculpados, algunos casos supuestamente resueltos; pero irremediablemente estas historias se repiten una y otra vez, siguen dándose nuevamente y siguen existiendo esas madres clamando por algún testimonio o evidencia que las lleve a obtener alguna pista para encontrar a sus hijas.

En el libro “Santitos”, la escritora María Amparo Escandón presenta la historia de una madre que de alguna manera pierde la razón y la lógica al tratar de encontrar a su hija desaparecida; pasa por varios escenarios, pero nunca obtiene una respuesta clara y termina conformándose con una solución más bien imaginaria.

¿Es este el destino para todas esas madres? Buscar, buscar, y jamás encontrar. Quisiera pensar que no, quisiera pensar que al menos algunas de ellas volverán a abrazar a sus hijas algún día y obtendrán las respuestas que tanto exigen.

Ese día en Chihuahua las voces se hicieron escuchar, madres y familiares de personas desparecidas salieron a las calles y narraron su testimonio clamando justicia. No hubo respuesta. El mandatario estatal atendía “otros asuntos”, ajeno a todo lo que aquí sucedía, ajeno al dolor, la frustración y la angustia…

El 30 de agosto es el día de recordar a los desaparecidos, para la mayoría de las personas. Para sus familiares, ese recuerdo está presente a diario.

Foto y texto: Cristina Escalera.

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